domingo, 11 de septiembre de 2011

CAMBIADO Y EN PAZ



ILUSTRACIÓN GABRIELA PACHE DE FIÚZA
TEXTO CHENA (REVISTA EL BARQUITO DE JESÚS)

FIGURA 1

Mateo llevaba una vida especial, tal como lo era él, especial. No podía pasar inadvertido. Alto, flaco y con su forma particular de hablar y reír, cuando llegaba a algún sitio, todos se daban cuenta de su presencia. Inquieto y por momentos atropellado, se abría paso entre la gente a los empujones. Pese a sus trece años, aún no había podido aprender a leer y a escribir y ya había abandonado varias veces la escuela.

Con su vieja bicicleta negra, recorría el barrio donde vivía varias veces al día saludando al pasar a todos sus vecinos cada vez que los veía. Los chicos del barrio lo cargaban una y otra vez, si no era por sus dientes sobresalientes, era por su flequillo cortado recto a media frente, o por su cabeza grande llamándolo “Bocha”, o por su forma de caminar dando pasos largos, o porque contaban chistes y él no los entendía. La cuestión era que se convirtió en el centro de las burlas, por una razón o por otra.

Una mañana soleada de día sábado, Mateo se subió a su bicicleta y comenzó a recorrer el barrio como siempre lo hacia, sintiendo como el viento lo despeinaba y refrescaba su cara. Pero, de repente, algo llamó su atención e hizo que clavara los frenos. “¿Qué hacen todos los chicos debajo del ombú que está en la vieja estación de trenes?”, se preguntó. Y como la curiosidad era muy grande, se dejó llevar por ella, buscando una respuesta. Aceleró todo lo que pudo, y en un momento se encontraba en el lugar. Todos se dieron cuenta de su llegada, porque casi atropella a algunos niños y con su voz fuerte e inconfundible exclamó: “¡Hey…! ¡Yo también quiero jugar!”. Algunos chicos comenzaron a protestar diciendo: “¡Que no juegue! ¡Es un bruto! ¡No sabe jugar!”. Pero las personas mayores que estaban allí lo invitaron a jugar pidiéndole que no creara problemas con sus compañeros.

Por más que se esforzó, no pudo controlarse y varios chicos quedaron tendidos en el piso por sus empujones.

Luego de los juegos, los niños y niñas formaron una ronda y se sentaron en el suelo. Mateo también lo hizo, pero con su bicicleta al lado, porque los chicos solían escondérsela y eso a él lo enfurecía. Los mayores habían preparado una canción y un relato para contarles del amor de Dios. Mateo prestó mucha atención a lo que les estaban diciendo y más aún cuando escuchó que Dios lo había creado y quería tal como era. Él estaba acostumbrado a recibir quejas, golpes y burlas, por lo tanto, le parecía extraño que alguien lo quisiera. No pudo entender todo lo que se le había enseñado, pero lo que comprendió, le gustó y sirvió para aquietar su alterado corazón. Luego que las diferentes actividades terminaron, fueron invitados a regresar el próximo sábado.

Durante la semana, Mateo recordó varias veces lo que había escuchado, “Dios te quiere como sos”.

Al sábado siguiente, los chicos del barrio y él se encontraron nuevamente debajo del ombú. Para sorpresa de Mateo, los maestros lo recibieron con un beso, un abrazo y lo llamaron por su nombre, y además se ofrecieron a cuidarle la bici para que pudiera estar todo el tiempo tranquilo.

Entre las protestas de los demás chicos, Mateo disfrutó toda aquella mañana de juegos, canciones y relatos de la Biblia. Pero esta vez, su intranquilo corazón se entristeció cuando una maestra expresó: “El pecado, que son las cosas que hacemos, nos separan de Dios que tanto nos ama. Por eso, Jesús murió en la cruz, en nuestro lugar, recibiendo el castigo que merecen nuestros pecados, la muerte”. Mateo pensó en sus muchos pecados y se dio cuenta que Jesús había muerto por él. Pero la maestra continuó diciendo: “Al tercer día volvió a vivir, por eso, si nos arrepentimos de nuestros pecados y creemos que Jesús murió por nosotros, Dios nos perdona, nos hace sus hijos y nada nos puede separar de su amor”. En ese momento, Mateo ya no pensó en su bicicleta, ni en las burlas, sólo quería ser un hijo de Dios y estar muy cerca de Él.


FIGURA 2

Así que, cuando todos agacharon la cabeza para orar, él oró también: “Dios, me arrepiento de mis pecados, creo que Jesús murió en la cruz por mí, quiero ser tu hijo. En el nombre de Jesús. Amén”.

Aquella mañana, Mateo pasó a ser un hijo de Dios, y experimentó la paz que sólo Jesús puede dar y que tanto necesitaba su turbado corazón.

FIGURA 3

Mateo ya no era el mismo. Aunque los chicos del barrio se siguieron burlando de su flequillo, de sus dientes y de su risa, ya no se enojaba, ni los empujaba como antes, ahora estaba seguro que Dios lo quería tal como él era y podía disfrutar de su amor cada día. Además, los maestros le regalaron una Biblia y los anteojos recetados por el médico, con los que esta vez pudo aprender a leer y escribir.