Historia retirada de la Revista Argentina "El Barquito de Jesús", escrita por Chena y dibujada por mi: Gabriela Pache de Fiúza.
Vivis en Argentina? Ya compraste el Barquito de Jesus"? Es excelente!!!
Podés ver el contenido de la primera revista clicando acá
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Un carrito de madera con dos ruedas, llevaba cada mañana Milagros para recoger los cartones, papeles y botellas que encontraba en la calle.
Su hermano, que era un año más chico que ella, la acompañaba para cuidar el carrito cada vez que Mili entraba en algún negocio a pedir cajas de cartón.
Los supermercados eran sus favoritos, porque cuando iba saliendo aprovechaba la oportunidad y se robaba algo de las góndolas, especialmente cuando pasaba por el sector de las masitas.
En la calle aprendió muchas cosas: a fumar los puchos que encontraba tirados, a pelear con otros chicos, que como ella juntaban cartones y botellas, a correr a los perros que se le acercaban para morderla.
Aunque vivía con su mamá y su papá, los veía poco. Casi no estaban en su casa. Cuando se encontraban, ninguno se interesaba por el otro. No siempre había comida para todos y muchas veces se iba a dormir luego de tomar una taza de mate cocido.
En la escuela era un visitante, ya que las inasistencias eran más que los días que concurría a clase. Tampoco le interesaba ir, ya que sus compañeros no querían estar con ella porque los peleaba y empujaba y cuando encontraba alguna cosa que le gustaba, se la robaba.
Su vida transcurría entre la ignorancia y el rechazo de quienes estaban a su alrededor.
Un sábado por la mañana, como tantos otros, tomó su carrito y junto a su hermano salieron a recoger cartones y botellas. Luego de cruzar la vía, caminaron dos cuadras y en la plaza de la esquina vieron un grupo de niños y niñas que estaban jugando dirigidos por un profesor. Lentamente se acercaron, casi a escondidas para no ser vistos. Pero una maestra los vio y los invitó a participar. Un ¡No! lleno de miedo salió de la boca de Mili y un ¡Bueno! entusiasmado, dijo su hermano. Pero como se hacía lo que ella decidía, por ser la hermana mayor, se quedaron en un costado mirando.
Luego de los juegos, se sentaron todos en ronda y comenzaron a cantar. Podían escuchar desde lejos los cantos, aunque mucho no entendían.
Cuando la música terminó, una maestra sacó unas ilustraciones y las explicaba a los niños y niñas, pero como a la distancia no se podía oír y ella quería escuchar, le dio una fuerte palmada en la espalda a su hermano y le dijo: ¡Vamos con el grupo que desde acá no puedo escuchar!
Milagros, su hermano y el carrito se acercaron casi en silencio porque querían pasar inadvertidos.
Otra maestra los saludó con un beso, los invitó a sentarse y le dijo: ¡Bienvenida! Yo te cuido el carro.
Mili se sintió muy sorprendida. Hacía mucho que nadie la saludaba con tanto cariño y menos aún con un beso.
Un libro grande con páginas de colores atrapó su atención.
La maestra comenzó a decir: El amarillo nos hace pensar en el amor que Dios tiene para con cada uno de nosotros. Él nos regaló el sol, las plantas, los animales y nos dio la vida, por eso nos quiere tal como somos, sin importar la edad, el color de pelo o de piel, si somos altos o bajos. Mientras tanto Mili pensaba: “A mí seguro que no me va a querer, porque yo peleo, empujo, fumo y robo”.
La maestra continuó y mostró la página de color negro: Esta parte del libro nos recuerda las cosas malas que hacemos. Dios las llama pecado y nos separan de Él. Pero a pesar de eso, nos sigue queriendo de igual manera. Dios desprecia el pecado, pero ama al pecador.
-¡No lo puedo creer! ¡Imposible que alguien me quiera tal como soy!- Se decía a si misma.
Jesús, el Hijo de Dios, que nunca cometió un pecado, continuó la maestra, murió por nosotros en una cruz, para pagar por nuestros pecados, porque “La paga del pecado es muerte”. Por eso la página roja nos recuerda que Jesús murió y derramó su sangre por amor a nosotros.
Mili ya no podía decir más nada, solo quería saber qué secreto encerraban las otras páginas.
El color blanco que sigue, agregó la maestra, nos habla de una vida nueva y limpia, sin pecado, que Dios ofrece a todas las personas que creen que Jesús murió por ellas y quienes arrepintiéndose de sus pecados lo reciben como Salvador. Solamente hay que hablar con Dios y decírselo.
Les hago una invitación, continuó: “Todos los que quieren hacerlo oren conmigo.
Milagros comprendió que esta era la oportunidad para tener una nueva vida con Jesús en el corazón y no quiso dejar pasarla, por eso agachó la cabeza y oró ella también: “Dios, creo que Jesús murió por mí en la cruz, me arrepiento de todos los pecados que hice, lo recibo a Jesús como Salvador. En su nombre. Amén.
A todos los que oraron, les explicó la maestra, Dios los ha hecho sus hijos y les ha regalado la vida eterna. Ahora podrán crecer en Dios, por eso el color verde que faltaba, nos habla de orar cada día, leer La Biblia, venir aquí para seguir aprendiendo más de Dios, porque todas estas cosas nos ayudan en nuestro crecimiento.
Cuando terminó la clase, Milagros regresó a su tarea. Juntó muchos cartones y botellas, pero cuando pasó por la góndola de las masitas en el supermercado, las miró y siguió caminando. Ya no le interesaba robar, ni pelear, ni hacer esas cosas que la alejaban de Dios. Todo comenzaba a ser diferente: “Ahora era una hija del gran Dios” y quería vivir agradándole.
El lunes fue a la escuela y para sorpresa de todos, no pegó ni empujó a nadie, y aún más, ayudó a una compañera a juntar los lápices que se les habían caído de la cartuchera, y no se quedó con ninguno.
Mili parecía la misma, pero no era así, ahora había una nueva Milagros, diferente, porque Dios había hecho en ella el milagro de salvarla y hacerla su hija para siempre.